En la Unión Europea se calcula que entre un 1/3 y 1/2 de la población -unos cien millones de personas-pertenecen al menos a una organización no gubernamental. Esto supone un potencial enorme de ciudadanos dispuestas a apoyar y colaborar en los más diferentes proyectos y tareas. El movimiento solidario se convierte en un instrumento de unión en la sociedad a través de los valores que devuelven el rostro humano a una sociedad carente de afectos, a una sociedad en la que se incrementan los grupos de riesgo, los grupos de y colectivos en proceso de exclusión, es decir, de una sociedad que en definitiva margina todo aquello que no ha sido capaz o que se ha visto abocado al riesgo por el hecho de estar enfermo, por su edad, por pertenecer a una etnia, por estar discapacitado, etc.
Estos cuidadanos, que una vez cumplidas sus deberes de estado (estudios, familia, profesión) y civiles (vida administrativa, política o sindical) se ponen a disposición desinteresada de la comunidad; necesitan una formación dirigida a esa otra labor importantísima que por solidaridad se auto impone. El movimiento voluntario puede ser un movimiento de buena voluntad, pero esto no excluye un nivel de exigencia que todos de la formación, porque la acción voluntaria es una acción humana, es una relación personal, desde el trabajo de integración social bien hecho. Esta formación se ha de concebir como un derecho asesorado, enriquecido por y para la acción social), como un camino de participación, como un instrumento a favor de la mejora de la sociedad en general y como un lugar de encuentro de valores para actuar coordinadamente.